Objetos supuestamente malditos que están en museos
A finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, la mortalidad de los bebés prematuros era altísima. Donde la medicina aún no disponía de incubadoras ni de cuidados neonatales estandarizados, surgió una figura extraña y polémica: Martin Couney, el hombre que colocó incubadoras en ferias, cobró entrada y usó ese dinero para mantener vivos a miles de bebés.
Martin A. Couney (cuyos orígenes reales están envueltos en cierta confusión y mitos) fue un showman y defensor del cuidado neonatal que durante décadas organizó pabellones de incubadoras en exposiciones, ferias mundiales y parques de atracciones. Su aspecto y forma de operar recordaban más a un promotor de espectáculo que a un médico: no trabajaba en hospitales famosos, no publicaba en revistas médicas de renombre, y sin embargo su trabajo salvó vidas en una era donde las opciones eran mínimas.
La idea era simple (y controvertida): Couney montaba un espacio en ferias donde mostraba a los bebés prematuros dentro de incubadoras. Los visitantes pagaban entrada para ver la exhibición. Con ese dinero se pagaban enfermeras, fármacos, leche y todo lo necesario para mantener los cuidados durante semanas o meses. Las incubadoras, muchas basadas en inventos europeos tempranos, permitían controlar la temperatura y la humedad —algo crítico para que los prematuros sobrevivieran.
Si hoy nos escandaliza la idea de “exhibir” bebés, debemos recordar el contexto: en muchas ciudades los hospitales rechazaban o no podían mantener prematuros, y los índices de mortalidad eran dramáticos. En este vacío, Couney y su modelo financiado por el público funcionaron como un sistema paralelo que, según registros y reportes posteriores, logró que miles de recién nacidos sobrevivieran y crecieran con buena salud.
La incubadora como equipo médico nació en la segunda mitad del siglo XIX, inspirada por equipos usados en zoología. Sin embargo, su adopción en hospitales fue lenta: la tecnología era cara, la cultura médica tardó en aceptar su utilidad y muchos médicos de la época desconfiaban de tratamientos que no entendían bien. Además, en algunos países faltaba inversión sanitaria y personal capacitado. Eso dejó un hueco que Couney aprovechó con sus puestos en ferias.
No existe una cifra exacta consensuada, pero los historiadores estiman que miles de bebés se beneficiaron de los cuidados en los pabellones de incubadoras de Couney a lo largo de varias décadas. Más allá de un número concreto, el impacto real fue demostrar que el cuidado térmico y la atención especializada aumentaban drásticamente las posibilidades de vida de los prematuros, y presionar indirectamente para la adopción de estas prácticas en la medicina formal.
La historia del Dr. Couney plantea una dicotomía ética fascinante. Por un lado, la idea de cobrar por ver bebés prematuros es chocante y hoy puede leerse como explotación. Por otro, fue un mecanismo práctico que sostuvo el cuidado de niños que de otro modo habrían muerto. Muchos sobrevivientes contaron luego que sus vidas se deben a aquel sistema que, aunque situado en el margen, resultó más eficaz que la asistencia hospitalaria local.
Hoy la narrativa tiende a reconocer a Couney como una figura ambivalente: criticada por el método, celebrada por los resultados. Historiadores de la medicina usualmente lo mencionan como una pieza clave en la historia de la neonatología, porque su trabajo ayudó a popularizar la idea de la incubadora y a mostrar sus beneficios tangibles.
Además del aspecto técnico, las exhibiciones incluyen pequeñas historias: padres desesperados que no tenían dónde dejar a su hijo, enfermeras que cuidaban día y noche, y bebés que crecieron hasta convertirse en adultos sanos. Varias crónicas periodísticas de la época relatan padres agradecidos que, pese a la extrañeza del formato, no dudaban en acudir al pabellón si eso significaba una oportunidad para sus hijos.
La historia de Couney nos recuerda dos cosas: primero, que la innovación en salud a veces viene desde fuera de las instituciones formales; y segundo, que las soluciones improvisadas deben evaluarse por sus resultados reales. En la actualidad, los cuidados neonatales son estándar y las incubadoras salvan millones de vidas al año. Aun así, la historia es un recordatorio de la fragilidad del progreso médico y de la creatividad humana cuando existe voluntad.
El Dr. Martin Couney es una figura que divide opiniones: showman para algunos, salvador para otros. Lo innegable es que su decisión de usar ferias como fuente de financiación y visibilidad marcó la vida de miles de bebés prematuros. En una época en la que la ciencia médica no tenía todas las respuestas, el espectáculo se convirtió —irónicamente— en un instrumento para salvar vidas.
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