Objetos supuestamente malditos que están en museos
¿A qué huele el espacio? Aunque el espacio es un vacío casi absoluto, muchos astronautas afirman que, al volver a las zonas presurizadas o al abrir sus trajes y equipos, perciben olores muy concretos: metálico, a soldadura, a carne quemada o a ozono. En este artículo exploramos las descripciones reales de los tripulantes y la explicación científica detrás de esas sensaciones.
En entrevistas y charlas públicas, varios astronautas han comparado el olor "post-extravehicular" con olores muy familiares:
Estas descripciones son consistentes entre distintos vuelos y agencias: la sensación aparece cuando objetos que han estado expuestos al vacío vuelven a un ambiente con aire (por ejemplo, cuando los astronautas vuelven a la esclusa o cuando abren un contenedor).
En el espacio no hay aire para transportar moléculas odoríferas como en la Tierra, así que técnicamente no «huele» en el vacío. Sin embargo, las superficies expuestas al espacio sufren procesos químicos y físicos: radiación ultravioleta, bombardeo por partículas cargadas, y la rotura de enlaces químicos en recubrimientos, grasas y lubricantes. Cuando esos materiales se reencuentran con oxígeno y humedad al volver a la atmósfera de la nave, liberan compuestos volátiles que sí pueden ser percibidos por el olfato.
Entre los candidatos plausibles están compuestos oxigenados (que evocan ozono), hidrocarburos parcialmente oxidados (que pueden oler a plástico quemado) y subproductos metálicos o sulfurosos producidos por la degradación de recubrimientos. Además, pequeñas cantidades de partículas metálicas o polvo pueden generar ese matiz "a metal".
Tras una caminata espacial, los trajes y herramientas quedan cubiertos por los efectos del espacio. Al entrar en la esclusa y re-pressurizarse, esas superficies liberan moléculas que se dispersan en el módulo. Los astronautas describen una mezcla que algunos encuentran poco agradable y otros curiosamente familiar —como quien huele a la vez una tienda de reparación y un taller—.
Aunque el olor puede ser fuerte, las agencias espaciales monitorean la atmósfera interna y las concentraciones de compuestos peligrosos. La presencia de olor no implica necesariamente toxicidad, pero sí motiva controles: filtros de aire, protocolos de descontaminación y materiales diseñados para resistir la radiación espacial.
Los olores funcionan a veces como pistas de diagnóstico en el espacio: señales de sobrecalentamiento, fricción inusual o degradación de materiales. Por eso los astronautas y el personal en tierra prestan atención tanto a lecturas instrumentales como a percepciones humanas.
La descripción sensorial del espacio une ciencia y experiencia humana: nos recuerda que la exploración no es solo mediciones frías, sino sensaciones—el olor de un traje, el sonido de un ventilador, la vista de la Tierra. Además, comprender la química que causa esos olores ayuda a diseñar materiales más seguros y mejores sistemas de soporte vital.
Aunque el espacio es un vacío, sus efectos en materiales y superficies generan compuestos que, al reencontrarse con el aire, producen olores que los astronautas han descrito repetidamente como metálicos, a soldadura o a ozono. Estas percepciones son ventanas pequeñas y fascinantes a la interacción entre lo humano y lo extraterrestre —una curiosidad que a la vez alimenta investigación y mejores prácticas para futuras misiones.
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